Parásitos perfectos de Luis Carlos Barragán Castro

El postrealismo latinoamericano 




Por Juan Mattio

 I

Carlos Barragán es un rumor que circula desde hace tiempo en los pasillos de la ficción extraña latinoamericana. Había escuchado sobre dos de sus libros: la novela “El gusano” y los cuentos de “Parásitos perfectos”, ambos publicados en Colombia por editorial Vestigio, y había recibido comentarios sobre su brillante trabajo como ilustrador. Lo cierto es que forma parte de ese grupo de autoras y autores que están ahora mismo produciendo una obra deforme e inquietante a la que no es tan sencillo acceder desde Buenos Aires ni, entiendo, desde otras localizaciones en este continente.

Frente a esta balcanización de la literatura latinoamericana, se despliegan una serie de pequeñas resistencias que tienen como estrategia central la movilidad: nómades que llevan en sus valijas libros de un país a otro, migrantes que reciben envíos de material literario y los ofrecen en préstamo, archivos digitales que se multiplican en copias entre amigos y desconocidos. Conocemos el nombre de las editoriales y de los libros, hablamos con informantes que en sus viajes descubrieron un nuevo vórtice weird en Ecuador o en el Caribe, leemos artículos perdidos en la web. La ficción extraña latinoamericana crece y se comunica en una especie de under que abarca los sótanos y pasillos de muchas ciudades en apariencia desconectadas: Bogotá, Santa Cruz, Montevideo, el D.F., Buenos Aires; son algunos de sus enclaves.

Sabíamos, entonces, que había un autor colombiano que estaba generando imágenes literarias repulsivas y fascinantes aunque pocos habíamos tenido la suerte de leerlo antes de la publicación de “Parásitos perfectos” por Caja Negra en Argentina. Y lo que llegó a nosotros es tan incómodo –y genial- como nos habían anunciado.
 
II
El universo ficcional de Barragán está poblado de jóvenes aturdidos por la música, las drogas y los dispositivos (y en este sentido, Andrés Caicedo reaparece como uno de los precursores inesperados de la ficción extraña latinoamericana). En un futuro cercano, donde todavía hay ecos de la pandemia de Covid pero también reconfiguraciones geopolíticas (la moneda mundial es el Yuan, por ejemplo), la ciudad de Bogotá se convierte en escenario de un nuevo tipo de tecnología de base orgánica, bioartefactos, diseñados y producidos a partir de alteraciones genéticas y acoplamientos de distintas especies. Como si nuestros Smartphone, y nuestros automóviles, y nuestras computadoras y nuestras heladeras, se fabricaran a base de animales genéticamente modificados para hacer sus procesos más eficientes. Como si cambiáramos tatuajes y piercings por alteraciones corporales que van desde ojos retráctiles a implantes de cara desarrollados por la industria militar. Un espacio imaginario donde biohackers son capaces de robar nuestra memoria y ponerla en venta en el mercado negro al alcance de miles y miles de adictos que podrán vivir, por unos pocos yuanes, nuestra primera experiencia sexual como si se tratara de una película inmersiva.

Una maestra, cansada del bullying que sufre por parte de alumnos y colegas, se compra un Tresauros (un automóvil que es, también, un animal de diseño) y deja todo atrás para vivir una vida de nómade en la carretera. Una anciana, olvidada por su hijo, apenas sostenida en el cariño de su nieto, se instala un Centípode Azul que le permite reconfigurar su memoria y rediseñar recuerdos y olvidos, rehacer su vida completa, enfrentar sus traumas más oscuros. Un ex combatiente, mutilado en la guerra, sufre una intervención donde le implantan una nueva cara hecha de biofibras (“habían usado partes seleccionadas de cientos de insectos, pequeños cerebros de cucarachas, patitas de coleópteros articulados con estrellas de mesotórax de mantis religiosa y varios corazones de gasterópodos”) y esto le ofrece una capacidad ilimitada para comunicarse a través de nuevos gestos.     

En “Parásitos perfectos” el discurso biológico está al servicio del cyberpunk (en un movimiento que ya había anunciado Bruce Sterling en su saga de mecanicistas y formadores) y eso no puede más que devenir body horror. Los cuerpos intervenidos son el campo de batalla donde el Capital despliega sus innovaciones y desterritorializa lo último que queda de una de las identidades que forjó la Modernidad: lo animal. Toda especie es producida, desmontada y vuelta a montar, en un proceso de artificialización que parece no tener límites.  
 
III
Estamos ante un futuro colapsado donde el impacto se ve en los cuerpos. Un futuro colapsado pero también saturado, barroco, donde el sentido prolifera por la multiplicidad de formas de conectar, yuxtaponer, ensamblar cuerpos y dispositivos. Materia orgánica y tecnología, tejiendo figuras aberrantes, mutaciones autoconscientes y dirigidas pero con efectos imprevistos y tramas económicas opacas.

Una mujer se mete al programa de engorde de la ciudad después de quedar sin trabajo para mutar en transmioruga y servir como medio de transporte. Pilotos de naves espaciales son castrados para poder tener mayor control en la navegación. Personas quedan secuestradas en sus mentes por un parásito psíquico después de consumir DLA (Dimensional Lysergic Acid). Todo esto sucede en los cuentos de Barragán pero, también suceden los afectos: ¿cómo se ama? ¿cómo se erotiza? ¿cómo se conecta sexualmente con un otro desde estas nuevas configuraciones psico-biológicas?   

Barragán escribe una literatura materialista, donde los personajes acceden a través de nuevas organizaciones de la carne y el cuerpo a otras formas del amor y de la trascendencia. No hay una sin la otra. Los personajes alcanzan nuevos y extraños planos solo después de haber borrado lo que creían saber sobre su identidad humana. A veces eso se reviste de pensamiento místico, discursos new age, tristezas de autoayuda. Pero son solo nombres provisorios para pensar en el Misterio. En lo que hay en el horizonte donde las especies se mezclan y se desvanecen como identificaciones fijas e inmutables.

Los cuentos de “Parásitos perfectos” son hijos del aceleracionismo biológico de David Cronenberg, donde la mutación es un evento ambiguo en la medida en que –todavía- lo administra el Capital pero abre nuevas posibilidades que podrían, de ser hackeadas y redirigidas, darle una ruta inesperada a lo humano. Uno puede escuchar, si presta atención a las páginas de este libro, un susurro persistente: Long live the new flesh.
 
IV
Frente a una realidad donde ya existen tratamientos hormonales, transfusiones de sangre, cirugías estéticas, prótesis de todo tipo, trasplantes de órganos (incluso de órganos de otras especies que son modificados para compatibilizar con la estructura humana) y donde conviven perros clonados con el oncoratón (un tipo de ratón de laboratorio modificado genéticamente y que fue inscripto como marca registrada por la empresa DuPont), la imaginación de Barragán no hace más que extender la lógica biocapitalista hasta sus puntos más extremos.
La condición cyborg -tal y como había propuesto Donna Haraway- se demuestra como un evento del presente más que como una especulación futurista. Lo que está en juego, por supuesto, es qué tipo de relación social será la que administre estas reconfiguraciones. Si seremos bioartefactos capaces de darle más y más valor al Capital o si, en cambio, lograremos apropiarnos de los impulsos utópicos que viven en las mutaciones tecnológicas.

Porque la tesis que parece proponer Barragán es que eso que llamamos máquina, capital constante, trabajo muerto objetivado es, en realidad, materia viva y vibrante. Y que el nivel de imbricación entre personas y tecnología no puede más que deformar los límites de la Humanidad. Su literatura insiste en posicionarse en un después de. Es una literatura post-humana, claro, y también una literatura post-naturaleza. Pero es, sobre todo, una literatura post-realista. Porque solo las formas e imaginaciones extrañas están en condiciones de dar cuenta de ese tejido cada vez más borroso y desconcertante que llamamos realidad.
 
 
 
Editorial: Caja Negra
Año de publicación: 2024
305 páginas

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