Cuando comenzó el silencio de Jesse Ball

 El silencio es un monstruo



Por Juan Mattio

Ricardo Piglia solía asociar ciertas operaciones escriturales de Walsh a lo que él llamaba punto ciego de la experiencia. El ejemplo que toma para pensar este movimiento está en la Carta a Vicky de 1976, cuando en el final escribe: “Hoy en el tren un hombre decía: ´Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año´. Hablaba por él, pero también por mí”. Lo que Piglia percibe es la intención de Walsh de construir un personaje secundario, anónimo, menor, pero que es capaz de hacer emerger el sentido de la experiencia que intenta narrar: “el relato –escribe Piglia- se desplaza hacia una situación concreta donde hay otro, inolvidable, que permite fijar y hacer visible lo que se quiere decir”.

Lo que Jesse Ball propone en Cuando comenzó el silencio es un largo ejercicio de este mismo procedimiento. Un personaje llamado Jesse Ball es abandonado por su mujer. O, más aún, un personaje llamado Ball se encuentra con que un día la mujer que ama y con la que construyó una pequeña nación de dos personas (Vonnegut dixit) ingresó a una zona llamada silencio, se extravió y ya no volvió. ¿Qué hace que un lenguaje íntimo, compartido por solo dos personas, se rompa de un día para el otro y ya no vuelva a funcionar?

Esa pregunta lleva al personaje llamado Ball a la historia de Oda Sotatsu, un vendedor de hilos que un día pierde una apuesta, firma una confesión legal y se hunde en el silencio hasta su muerte. La confesión trata sobre la desaparición de trece personas que en 1977 conmovió a Japón. Sotatsu es arrestado, llevado a juicio, condenado a muerte. En todo ese trayecto su silencio es perfecto. No dice nada que pueda ayudarlo o perjudicarlo. No dice nada sobre ningún tema. Su familia primero lo visita, después lo repudia, más tarde pretende olvidarlo. Solo un hermano, Jiro, se mantiene a su lado y lo defiende.

La estructura de la novela trabaja con algunos procedimientos de la no-ficción: entrevistas, testimonios, fotografías, recortes periodísticos. Ball investiga y ordena el pasado pero el hecho que intenta comprender no es el crimen sino el silencio. O, tal vez, el silencio como una forma particular del crimen.

Las entrevistas con los padres, con Jiro, con los guardias de la cárcel, con los periodistas que cubrieron el caso, todas guardan pequeñas historias, anécdotas, epifanías que muestran no solo quién fue Sotatsu sino también el funcionamiento familiar que hizo posible que un joven vendedor de hilos ingresara a ese territorio extraño donde se mezclan personas desaparecidas, una pareja de situacionistas, juegos con apuestas brutales y el sistema legal japonés.

Pero todos estos movimientos de Ball no son más que una forma de aproximarse a su propia historia, al silencio de su mujer, a su experiencia de un abandono inexplicable: “Un día mi mujer dejó de hablar. Estaba en el baño, mirándose al espejo, y vio algo. Había algo ahí, algo indefinible. No sé qué habrá sido, pero lo vio, y desde entonces no quiso contarme nada más”. Desde ese momento, Ball se lanza a una investigación sobre el punto ciego de la experiencia, sobre ese nodo psíquico que no podemos ver y que, sin embargo, funciona como causa de un efecto demoledor para nuestras vidas.

El dispositivo central con el que trabaja Cuando comenzó el silencio es ese marco donde Ball intenta comprende un fragmento de su propia vida y se vale de Sotatsu, de su historia pero sobre todo de su posición dentro de la historia, para capturar algo, aunque fuera mínimo, que le permite comprender ese monstruo lovecraftiano que llamamos silencio.

 

Editorial Sigilo, 2023

242 págs

Traducción Virginia Rech

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