Dios duerme en la piedra de Mike Wilson

Un testimonio del porvenir





Por Juan Mattio 

No hay pensamientos. No hay recuerdos. No hay emociones. Mike Wilson decide narrar solo hechos. Dos disparos. Uno alcanza al caballo y el segundo, al jinete. Así inicia la secuencia de acciones que harán que el protagonista avance en un viaje que no sabemos dónde ni cuándo empezó y que, al parecer, tampoco es posible terminar. El desierto inquietante donde Wilson localiza sus criaturas es un evento en sí mismo, un paisaje mental, una criatura donde se yuxtaponen objetos y temporalidades, desesperación y violencia. 

Dios duerme en la piedra puede leerse en esa tradición contemporánea que inicia en La carretera de Cormac McCarthy y se expande sobre nuestro clima de época como una mancha. Algo que es, al mismo tiempo, síntoma del colapso anímico y huella del colapso ambiental. Porque como dicen los antropólogos brasileros Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, nuestra imaginación del fin del mundo parece modular entre el desierto ecológico y el infierno sociológico. 

Wilson trabaja en dos direcciones: su futuro está trazado entre la ciencia ficción y el relato místico. Dos materias imbricadas. El gran interrogante del relato es qué pasó, cómo llegamos a esa realidad desde la nuestra. Y, en ese sentido, su territorio es la imaginación postapocalíptica. Pero, a su vez, ampara otra pregunta: ¿qué tipo de realidades deambulan debajo de nuestra realidad? ¿Qué tipo de eventos perdemos de vista cuando solo somos capaces de mirar el realismo capitalista? 

Para entender el pasado de la novela apena contamos con algunos relatos orales. Personajes que hablan, dicen, mayormente insinúan. Un pasado lleno de elipsis y sobrentendidos. Esos relatos son pequeños intentos de reconstruir un mundo que ya no existe y que queda demasiado lejos. Un mundo inútil en su distancia. Saber que hubo algo que pudo ser llamado guerra religiosa, que se quemaron libros, que se prohibió la lectura, que se impidió el saber; fragmentos de un rompecabezas que no arma sentido. 

Creo que si en Dios duerme en la piedra el pensamiento y la memoria están atrofiadas es porque la subjetividad, tal y como la conocemos, ingresó en su etapa terminal (algo que, para decirlo todo, también vio Ballard). Los verbos de acción construyen un ritmo sobre el que nos montamos para avanzar y tratar de entender lo inexplicable. En el mundo yermo de Mike Wilson toda acción –incluso la muerte- carece de significado, son eventos que no se pueden incluir en ninguna serie y, entonces, no suponen ninguna causalidad. ¿Se mata por odio? ¿Por temor? ¿Por piedad? ¿Por aburrimiento? El protagonista actúa “como si se hubiese abandonado al caos de las cosas, no se opone al mundo”. 

El tiempo desarticulado de la novela, los objetos sin contexto, las acciones sin motivación, el sistema que construye Wilson parecen ser los síntomas de una época donde la pérdida de sentido nos enfrenta al desierto mudo de la experiencia. 


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