Yo soy el invierno de Ricardo Romero

La mirada extraña











Por Juan Mattio
 

1.
Yo soy el invierno, la última novela de Ricardo Romero, puede ser leída dentro del campo del policial. Su premisa lo permite: el suboficial Pampa Asiain, destinado a la comisaría de un pequeño pueblo de provincia, encuentra el cadáver de una chica en un campo alejado de todo. A partir de ese momento, la novela va a sostener algunos los elementos clásicos del género (investigación, escena del crimen, detective, etc.) pero, en ese invierno gélido que narra Romero, los elementos se irán descomponiendo hasta volverse completamente extraños.

Creo que el género negro, en su gran mayoría, trata la muerte como una función, como un evento intercambiable y genérico que permite el despliegue de una trama y que, en muchos casos, responde a la estructura de una investigación burocrática. Haya o no detective privado, haya o no golpes, secretos, mentiras. La novela negra se fue transformando, a su modo, en una rutina. ¿Y qué puede hacer un escritor como Romero con una rutina? Bueno, quienes lo hayan leído saben que sólo puede descomponerlas, desintegrarlas, devolverlas a su grado cero. Y eso, en este caso, significa devolverle a la muerte –al cadáver, para decirlo con precisión- todo su misterio, su poder de perturbación, su lugar de hecho crítico e irrevocable. Romero se detiene en el cuerpo, que es el lugar donde habita la muerte, donde sucede, no una sino muchas y repetidas veces, en muchos días y en muchas noches, ese acontecimiento negro que solemos llamar muerte. Y muestra, así, que ir más allá, dejar la escena del crimen para iniciar la investigación es, de algún modo, imposible. Y que las novelas negras que logran ese movimiento, ese dejar atrás, son, sin más, falsas.

2.
Esta novela es, también, una teoría sobre la figura del fantasma: ¿qué es, qué hace un fantasma? ¿Cómo se produce? ¿Dónde podemos encontrarlos? En el muñón de un miembro perdido, por ejemplo. En una mano fantasma. O en una pierna. En ese cosquilleo que, se dice, siguen sintiendo las personas incluso cuando la pérdida es irreparable. “El fantasma –dice el narrador de Yo soy el invierno- no es más que un eco mecánico, una porción de algo que se ha perdido definitivamente ¿y qué era eso perdido? Algo perdido, no había otra forma de decirlo”. En esa uso feroz y frío de las palabras (“no había otra forma de decirlo”) se condensa la poética que construye esta novela para narrar la historia del Pampa Asiain. Eventos microscópicos y también espectrales que van dejando su estela sobre la realidad.

Pero esta teoría del fantasma que intenta construir Romero en un policial, frente al evento irreparable de la muerte, agrega que un fantasma solo sabe dos cosas: “temblar y quedarse”. La precisión minimalista de estas dos acciones con las que se define el fantasma, un movimiento involuntario y continuo, una permanencia indeterminada, hacen que en Romero sea, entre toda su generación, quien mejor leyó, procesó y heredó a M. John Harrison, ese enorme fantasma, ese gran padre ausente y al mismo omnipresente, de la ficción extraña contemporánea. La mezcla de escenas melancólicas, personajes carverianos y percepciones enrarecidas hace que Yo soy el invierno sea una forma de introducir lo mejor de Harrison –y, por lo tanto, lo mejor del new weird- a nuestro campo literario.

Y en otro gesto que podríamos imaginar heredado de Harrison, podríamos decir que la literatura de Romero suele vaciarse de sentido la pregunta sobre si estamos frente a una novela de argumentos o de personajes. Esa forma de indagar un texto, que suele servir para organizar la lectura, en la literatura de Romero carece de importancia. Porque él construye, por lo general, una estructura que parece ser la forma necesaria del relato. Los personajes y sus historias ingresan a las estructuras, se hospedan en ellas. Las formas de organizar la narración no están ahí para llamar la atención, no son, en ese sentido, estructuras faulknerianas que predican y hablan, que incluso pueden parecer más importantes que las historias. No. En Romero las estructuras tienen la simpleza de lo evidente, se comportan como pequeños mecanismos de articulación entre personaje y personaje, entre pasado y presente, entre un punto crítico y otro.

3.
El narrador de esta novela dice: “Que empiece o deje de nevar sin que él reconozca el momento exacto en que eso ocurre. El comienzo y el fin de la nieve son dos cosas que ya han sucedido. Dos instantes que no existen”. Y dice, también: “El instante es una trampa”. De modo que Romero nos invita a reflexionar sobre el tiempo o, mucho mejor, sobre nuestra percepción del tiempo y de las cosas que suceden dentro del tiempo (que son muchas, pero no todas).

Durante la lectura de Yo soy el invierno me vi empujado a preguntarme: ¿no era Saer un escritor extraño?, quiero decir: ¿No es la fenomenología la forma más extrema del weird? La ruptura con la percepción automatizada, el quiebre con la ilusión de continuidad y permanencia, la puesta en evidencia de las formas lineales –y solo aparentemente lineales- en que los eventos se suceden.

Romero escribe un policial pero, al mismo tiempo, investiga (tal vez inicia una investigación que está conectada con Big Rip) sobre los pliegues del tiempo. Un instante es una trampa, si, sobre todo cuando en vez de ser obediente y plegarse a la serie de instantes, se comporta como punto crítico y de ruptura, se desacopla y desacopla con él esa ilusión que llamamos realidad.
 
 Alfaguara, 2023
284 págs.

Comentarios

Entradas populares