De cada quinientos un alma de Ana Paula Maia

 El fin del mundo latinoamericano 



 


Por Juan Mattio 
 
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El fin del mundo. Brasil. Algo en la naturaleza está dañado. Algo que afecta a animales primero, a humanos después. En De cada quinientos un alma, Ana Paula Maia narra una epidemia que pone la vida en peligro. Un evento que es una enfermedad pero que también es algo más. No del todo claro, no del todo legible. Algo que acecha desde el exterior de nuestra compresión del mundo.

Y la pesadilla se termina de configurar con la gestión militar de la población. Lo que parecen medidas de prevención terminan construyendo una masacre. Tres personajes –Edgar Wilson, Tomás y Bronco Gil- intentar encontrar pequeños matices entre el bien y el mal durante el comienzo del fin.

Ana Paula Maia viene construyendo un universo ficcional donde algunos personajes y escenarios se repiten, desde De ganados y de hombres hasta Entierre a sus muertos, su obra va adquiriendo una estructura fractal que podría hacernos pensar en Faulkner o en Bolaño. Libros que, al leerse en conjunto, despliegan una figura mayor como si se tratara de un inmenso origami.  

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Maia escribió esta novela durante el 2020, en los meses duros del Coronavirus y el aislamiento social, cuando las miles de imágenes que habíamos acumulado sobre el fin del mundo, imágenes que en su mayoría tenían su origen en el cine o la literatura, de pronto parecieron haber roto la frontera de la ficción y se infiltraron en el mundo real.

En ese escenario, Maia cuenta: “Estábamos en plena pandemia cuando escribí De cada quinientos un alma, y ​​durante los horrores presenciados en la vida real, identifiqué elementos de mis libros, entre ellos, Carbón Animal, publicado en 2011, en el que una de las escenas incluye cuerpos amontonados a la espera de ser incinerados de manera improvisada en una carbonera”.

Parece productivo indagar estos pequeños tráficos que se realizan entre realidad y espacio ficcional, un ida y vuelta donde no está claro qué es copia y qué es original. No se trata del arte imitando la realidad sino de una serie de reenvíos entre ambos planos que producen una crisis en la lógica de la representación.

Ese laberinto hispersticional entre realidad y ficción es lo que vuelve inquietante nuestro presente. El mundo contemporáneo parece estar construido, en partes iguales, por fragmentos de realidades materiales e hiper-ficciones.

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Lo cierto es que esta novela indaga sobre el fin del mundo y también –al mismo tiempo, en simultáneo- sobre los relatos del fin del mundo que, en su mayoría, provienen de la religión y los libros místicos. ¿Qué pasa si los discursos del evangelismo y la iglesia católica se vuelven realidad? ¿Qué distancia hay entre la crisis climática causada por el capitalismo y la promesa de un apocalipsis donde los muertos regresarán de sus tumbas, los creyentes serán salvados y los pecadores arderán en el infierno? En la novela de Maia la idea del apocalipsis recupera su resonancia mística donde algo que podría ser llamado Dios está interviniendo en el mundo.

De cada quinientas un alma utiliza esas resonancias y, a su vez, va un paso más allá, porque el fin del mundo, en tanto imaginario, empieza a ser un estándar de la ficción contemporánea. Entonces, emerge esta otra serie: ¿Qué forma particular adquiere la crisis civilizatoria desde nuestras geografías? ¿Cómo imagina Latinoamérica el fin del mundo? La violencia, parece indicar Maia con ciertas dislocaciones temporales, no se instaló en la realidad con la epidemia y las restricciones, la violencia era la gramática social con la que se vivía desde mucho antes. La guerra hobbesiana no inició, entonces, cuando la escasez o el caos empezaron a dominar el intercambio social sino que ya estaba ahí, al acecho, como una guerra de baja intensidad.

Lo que el Norte global imagina como futuro distópico es el presente latinoamericano. Y esto podría llevarnos a una pregunta que hizo Mark Dery en 1993: “La noción de afrofuturismo da lugar a una inquietante antinomia: ¿puede una comunidad cuyo pasado ha sido deliberadamente borrado y cuyas energías han sido posteriormente consumidas por la búsqueda de huellas legibles de su historia, imaginar futuros posibles?”.

Esta pregunta puede –y debe- reelaborarse en Latinoamérica para tratar de comprender la insistencia del imaginario postapocalíptico en los últimos años. Un trazo que va desde Mugre rosa de Fernanda Trías (Uruguay) hasta Dios duerme en la piedra de Mike Wilson (Chile), pasando por Miles de ojos e Maxi Barrientos (Bolivia), Osobuco de Ever Román (Paraguay) o La hija del Delta de Alejandra Bruno (Argentina).

Maielis Fernández, escritora cubana de ficción extraña, propone en Notas sobre el afrofuturismo y la ciencia ficción lo siguiente: “Sin embargo, el matiz distópico sigue siendo el que prima en estas obras en las que no existe un paraíso al que regresar o una nueva tierra por fundar y empezar la historia desde cero. Para quienes hemos vivido durante tanto tiempo en el postapocalipsis pareciera que lo primordial, ante todo, es sobrevivir”.

La supervivencia, desde Latinoamérica, no es un evento hipotético en un futuro de colapso, es un presente ya instalado en nuestras propias cotidianeidades, y es precisamente ahí donde Ana Paula Maia encuentra las grietas para narrar los temores e inquietudes de una época que mira el futuro como quien habita una pesadilla.
uturo como quien habita una pesadilla.
 
Eterna Cadencia, 2022
111 págs.
Traducción Mario Cámara

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