Las esferas invisibles de Diego Muzzio

El gótico de la barbarie




Por Juan Mattio

Las esferas invisibles de Diego Muzzio participa, en principio, de ese regreso contemporáneo al siglo XIX que se viene desplegando en nuestro campo literario. Autores como Fabián Casas, Martín Kohan o Gabriela Cabezón Cámara localizaron algunas de sus últimas ficciones en el siglo de Sarmiento y trabajan como rastreadores de sentido en el desierto inaugural de nuestra literatura.


Al mismo tiempo, otra serie de autores se vuelcan al futuro extraño como Ricardo Romero, Michel Nieva o Flor Canosa. Sus planteos proponen una visión distorsionada del territorio que conocemos como Argentina, de sus ciudades y sus pueblos, de sus tradiciones. En casi todos los casos el futuro es un no-tiempo para narrar la desintegración.

Y si bien las tres nouvelles de Las esferas invisibles están situadas durante 1871, cuando sucede la epidemia de fiebre amarilla, y participan así de la primera tendencia, Muzzio introduce en las historias el pulso del terror y la ficción extraña, poniendo su libro en diálogo también con la segunda zona de ficción contemporánea argentina.

La narración enmarcada de El intercesor parece conectada con algunos procedimientos borgeanos: un sacerdote escucha, incrédulo, la historia; mientras el hombre ciego que la cuenta no pide el perdón sino que le permitan narrar hasta el final. Los eventos sucedieron en el 38. El hombre, acusado de traidor al rosismo, fue destinado a un fortín inhóspito, olvidado de la mano de Dios. Ahí se encuentra con un grupo de hombres desolados, sin destino, que se dividen en dos bandos articulados por una figura Francisco Tumbo, esclavo de una familia cordobesa de la que huyó, ahora practica rituales de magia negra y esa “superchería le confiere cierto poder sobre los otros”. Los hombres, entonces, se dividen entre quienes lo siguen y quienes le temen. Siguiendo el binomio fundamental de nuestra cultura, podríamos decir que quien narra –un estudiante de medicina que simpatiza con unitarios- es la mirada de la civilización y aquello que observa –Francisco Tumbo y sus prácticas- son el campo de la barbarie. En esa tensión, lo que Tumbo sabe sobre demonios y ritos puede ser visto como una simple creencia popular, a la que adhiere la gente siempre, o puede ser un modo de protección ante lo que no tiene explicación.

El ataúd de ébano, narrada en tercera persona, propone dos ladrones que antes desertaron de la Guerra del Paraguay y ahora se ganan la vida robando ataúdes y revendiendo en el inmenso mercado negro que abrió la peste. Eusebio Sosa y Rufino Vega están unidos por la sangre que derramaron juntos pero, también, por cierta asimetría que permite a Vega manipular a su socio. El conflicto aparece cuando una niña los confunde y les pide que consigan dos ataúdes que necesita para enterrar a sus muertos. Muzzio trabaja en esta historia con las visiones tanáticas de una ciudad que se deshace y que, al deshacerse, disuelve las reglas del intercambio social. Desertores que devienen ladrones terminan haciendo tratos con un niña de apellido francés que habita una mansión extraña.

Por último, la que es tal vez la mejor de las tres historias, La ruta de la mangosta cuenta la historia de un fotógrafo de muertos y su aprendiz. Recuperando una costumbre de la época, la de tomar una última fotografía antes de enterrar a los seres querido, Muzzio imagina una extraña y cruel forma de semi-inmortalidad. ¿Podemos robarle un último resto vital a los recién muertos? Pero la historia que, en principio, podría pensarse como una reconfiguración del mito del vampiro, lleva en su centro un problema más importante: el amor. Verna, la amante del fotógrafo y que pronto será amante del aprendiz y narrador de la historia, es el verdadero evento extraño: “Recién entonces comprendí la profundidad del horror que encerraban las palabras de Sheridan: ´Durante todos estos años, este ha sido mi temor más profundo: perderla. No el miedo a la muerte, sino el terror a que ella me apartara de su lado´”.

El funcionamiento de la primera y tercer nouvelle dependen de ese mecanismo que Piglia llamó narrador no-confiable y que supone un sesgo, un vacío narrativo que el narrador no puede restituir. La segunda, en cambio, está más cerca del relato de terror clásico. En cualquier caso, Las esferas invisibles es un artefacto gótico en la medida que trabaja con los pasados espectrales, con lo que se niega a morir, con lo que insiste y deviene no-muerto. Y es también una invitación a pensar desde ese territorio, plagado de fantasmas, demonios y objetos maravillosos, que en nuestra lengua recibe el nombre de barbarie.
 
 
 Editorial Entropía 2015
216 págs.

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