Diarios de los años de plomo de Richard Matheson

Matheson, el western y la literatura fractal


 



Por Juan Mattio

El nombre de Richard Matheson está asociado a la literatura de terror y ciencia ficción. Novelas como Soy leyenda (1954) o La casa infernal (1971) lo ubican entre las referencias de eso que se conoció como la New Wave en los años 60s y 70s y que llegó para renovar el imaginario de las ficciones pulp. Ahí intervinieron Ursula K LeGuin, Philip Dick, Joana Russ, Stanislaw Lem o J. G. Ballard, entre tantos otros. La inteligencia narrativa de Matheson, su sensibilidad para trabajar en los imaginarios populares, lo hicieron también guionista de algunos episodios de La dimensión desconocida y de películas de género como El último hombre sobre la tierra.


En 1991, con 65 años, publicó los Diarios de los años de plomo, un western que podríamos pensar como un modelo de lo que la New Wave hizo sobre el imaginario pulp: una novela autoconsciente y divertida, que no se avergüenza del material con el que trabaja y que, sin embargo, elige correr ciertos riesgos formales que complejizan y reformulan la narración de aventuras.

Matheson narra la historia de Clay Halser, un pistolero que se convierte en leyenda y que está inspirado en un personaje real llamado Wild Bill Hickok. Estamos en el violento siglo XIX, después de que Jefferson comprara Louisiana, cuando ya había iniciado la expansión de los Estados Unidos hacia el Oeste. Este despliegue había producido la guerra con México entre 1846 y 1848, y la anexión definitiva de California y Nuevo México. La frontera se convierte, de este modo, en un mito. Halser pelea, siendo un jovencito, en la Guerra de Secesión y ahí muestra por primera vez su habilidad natural para disparar. Después, sediento de aventuras, mata a un hombre en una escena de apuestas, deja atrás a su familia y a su prometida, e inicia una carrera hacia la nada.

Diario de los años de plomo no deja ningún tópico sin recorrer: indios cheyenes persiguiendo diligencias, bandidos al borde la horca, duelos a pistolas en calles polvorientas, saloons incendiados, robo de ganado y vaqueros borrachos que disparan a las estrellas en noches frías. Todo esto está contado por el mismo Halser en su “cuaderno de recuerdos”. La arquitectura que imaginó Matheson para la novela hace que esos diarios sean intervenidos por Frank Leslie, un periodista de The New York Ladger, que encuentra los manuscritos después de la muerte de Halser. En este sistema de dos tiempos –el de la escritura y el del comentario- el artefacto va tejiendo lo que podemos pensar como la voz de la autoconciencia del género. Leslie conoce a Halser desde sus primeros pasos y lo ve morir en un duelo absurdo. También conoce la violencia y los laberintos políticos del Oeste, de modo que sus anotaciones no son solo informativas sino que, por momentos, toma el papel de un analista social, histórico y hasta psicológico de la vida de Halser.

Lo que vemos es la rápida construcción de una leyenda. Lo que Clay hace en su camino, casi siempre persiguiendo la supervivencia y cierta confusa noción de justicia, llega deformado por la prensa al resto de la frontera, incluso a las ciudades del Este. Su nombre empieza a ser asociado a un héroe que es, también, un monstruo. Su imagen se agiganta y la fama empieza a ser su sombra y su mayor rival. Muchos hombres le temen pero otros, tantos como los primeros, lo provocan solo para poder decir que insultaron a Clay Halser. La reputación es, entonces, un don ambiguo. En el clímax de su recorrido, una población de nombre Hays lo contrata como marshall para pacificar el lugar. Lo que al principio parece un buen plan pronto se ve, desde las notas de Halser, como lo que realmente es: “Soy un pistolero a sueldo, nada más. –anota con terror- El brazo firme de los malditos mercaderes”. El pistolero se da cuenta de que está siendo utilizado en una guerra entre facciones de comerciantes y que, una vez hecho su trabajo, lo van a echar como a un perro.

A partir de ese momento, la historia de Halser declina. Lo que había sido una novela de iniciación ahora se convierte en una pesadilla. Pierde lo que tenía (amigos, esposa, hija y posición), no deja de ser acosado por ser una leyenda, circulan novelas y noticias sensacionalistas sobre él que no hacen más que profundizar el malentendido. A solo tres años de haber dejado su pueblo natal, Clay está encerrado en una lucha contra su propia imagen en el espejo. Y hasta acá, tendríamos un western inteligente pero Matheson quiere, busca, una puesta en abismo para el final.

Halser, ahogado de whisky y deudas, acepta representarse a sí mismo en una obra de teatro llamada El héroe de las llanuras. El público aplaude las exageraciones grotescas que el director escribió sobre él. Los actores le temen y lo desprecian por partes iguales. Está solo. La gira lo lleva de nuevo a su pueblo natal donde el mito es más fuerte que el hombre de carne y hueso: “Nadie me conoce por lo que soy. Todos han leído las historias y para ellos soy irreal”.

Y en el último tramo, cuando Clay ya está acosado por las alucinaciones de sus muertos y hundido en el alcoholismo, aparece Will Bill Hickok, el personaje real que inspiró a Matheson para crear a Halser, y sostienen una conversación: “¿Quién, aparte de mi, podía comprender lo que él había vivido, y quién, aparte de él, podía comprender por lo que yo había pasado?”. El juego de espejos entre realidad y ficción estalla. La recursividad entre copias y originales hace que los procesos históricos, que en las ficciones del western habían sido poco más que utilería, ingresen ahora al espacio de la representación para reflexionar sobre las consecuencias de haber convertido la Historia en novela de aventuras.   

Cuando en los años 20s las revistas pulp empezaron a construir los imaginarios de la ciencia ficción, el terror, la novela negra y el western; nadie podría haber apostado a que en esa zona de la ficción, lejos de cualquier prestigio o legitimidad literaria, se forjarían autores capaces de usar esa serie de materiales modificándolos genéticamente con las técnicas narrativas de lo que, por eso años, se pensaba como las vanguardias. Y, sin embargo, ahí están las ficciones de Matheson y sus compañeros para decirnos que la literatura popular puede ser un espacio de ruptura y experimentación.  

 
Editorial: Hermida Editores
Año de publicación: 2020
Traducción: Luis Piquero
266 páginas

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